Transcurre el minuto 54 de la película. Rick Deckard, (o sea, Harrison Ford cuando
era joven), persigue a un Nexus-6 (o sea, un androide. Que en este caso es una
mujer hermosa vestida con un impermeable transparente de plástico) por una
caótica y posmoderna ciudad de luces de
neón.
Es de noche y la lluvia es turbia,
negra. Pero la gente posmoderna (extras
de Hollywood) de la ciudad caótica sale
a la calle con sus paraguas de plástico y sus ropas de látex posmodernos. Todo
es de plástico; seguramente la pistola con la que Deckard intenta matar (ellos
lo llaman eufemísticamente retirar) a
la chica-robot también es de plástico. Ella huye despavorida por entre los
coches. Se le interponen viandantes y los esquiva con habilidad de acróbata.
Deckard apunta con su pistola de plástico pero la cercanía de la gente le impide
acertar el disparo, los extras están ahí para eso, claro.
La chica, también llamada Replicante
se estrella contra un escaparate y los cristales convierten la imagen en una
escena de primer día de rebajas steampunk. Deckard vacía el cargador contra su
espalda. La cristalera revienta en mil pedazos que flotan en el aire a cámara
lenta mientras la chica robótica de desploma, muerta, desconectada. Pero en ese
mismo momento, Deckard siente que algo no va bien. Un escalofrío y un
sentimiento de extrañeza se apoderan de él. Olvida por unos instantes a su
presa (que sigue cayendo al suelo en slow
motion, acompañada de los vidrios, al ritmo de la melodía de una trompeta
de jazz).
Harry (o Deckard) mira a su derecha y
en un ángulo muerto de las cámaras observa una ventana rectangular a pocos
metros de altura. Tras el cristal advierte una silueta humana. Siente que un
temblor le hace estremecerse. Es lo último que se esperaba en una situación tan
repetitiva y previsible para él. Miles de veces había realizado esta misma
persecución, en cines de barrio o en hogares, con grupos de amigos frente al
televisor con sus DVDs caseros. Siempre en el minuto 54 de la película. Sin
variaciones. Era su escena favorita, de hecho, y siempre la realizaba de la
misma manera. De forma idéntica, como un
buen profesional. Pero esta vez algo falla. Esa ventana nunca había estado
allí. Ese personaje (que seguro es un Replicante asesino) no aparece en el
guión. Mira fijamente a la ventana y olvida su escena de la chica robot
desvaneciéndose. Su misión es retirar Replicantes, así que, sin pensárselo dos
veces, arremete contra el enemigo. ¡He aquí un actor de método, que se mete en
el papel, que es capaz de improvisar! Emprende la carrera a la vez que intenta
cargar la pistola. A medida que se acerca puede observar que el replicante le
mantiene la mirada desde el otro lado de la ventana. Advierte que en sus manos
porta un arma y le está apuntando a la cabeza. No hay duda alguna. Aligera el
paso. Pone cara de circunstancia y aprovecha que la escena es todavía a cámara
lenta para dar mayor efectismo y carga dramática a sus gestos, mientras trota.
Primer plano, cara compungida, pistola empuñada.
Cuando tiene la ventana a unos pocos
metros se lanza contra ella de cabeza. Atraviesa el cristal apuntando con su
arma al villano. Pero la pistola se encasquilla, es de plástico. Su oponente es
todo sorpresa. No se esperaba el ataque. Deckard abre los ojos tras el
batacazo. Su caída ha sido amortiguada por
un viejo sofá de color butano con cojines estampados a juego. El
presunto androide es un tipo gordo, sin afeitar, con camiseta de tirantes que
lo mira con ojos de desconcierto. En su mano derecha no porta un revólver.
Sostiene un mando a distancia. En la otra, estruja una bolsa de patatas fritas.
Tiembla de miedo. Deckard, o sea, el joven Harrison Ford, se levanta y comprueba la situación. Ha
atravesado un televisor de plasma y ha llegado al interior de una sala de
estar. Hay una lámpara, botes de cerveza, algunas fotos y una tele rota. Y
cristales alfombrando el suelo.
-¡Dios mío, mi plasma nuevo! Yo sólo
pretendía cambiar de canal.
- Creí que me apuntabas, se excusa,
casi hablando para él mismo. Es lo malo del 3D, lo siento.
Sin levantarse del sofá guarda su arma
dignamente y se rasca la cabeza. No se le ocurre qué añadir. Hay veces en las
que es mejor ceñirse al guión.
Pedro Pujante
El absurdo fin de la realidad, de Pedro Pujante http://www.edicionesirreverentes.com/2099/PedroPujante.html
publicado por Ediciones Irreverentes