Al igual que en todas las parcelas o
manifestaciones del arte y la cultura, las corrientes literarias, como un
oleaje eléctrico y caprichoso, van y vienen sin que fácilmente podamos predecir
el azaroso acontecer que les aguarda. En este vaivén a través del tiempo se
desplaza una nave singular que, desde que se materializase allá por el siglo
XX, todavía no ha abandonado su singladura por el cosmos literario. Nos
referimos a la Ciencia Ficción (CIFI). Subgénero literario que podría
calificarse de ficción o fantasía que incluye viajes en el tiempo, tecnologías
imposibles o sofisticadas, exploración del futuro o personajes y ambientaciones
extraterrestres.
Si bien es cierto que
autores visionarios del siglo XIX, de la talla de Julio Verne o H.G. Wells,
impulsaron el género hasta cotas astronómicas de popularidad y prestigio
(aquél, a través de una disimulada alegoría político-social y éste con un
marcado acento científico y especulativo) no sería hasta los años veinte cuando
adquiriría el estatus de género en sí mismo. En 1926, aparece por primera vez
el término ´Science Fiction´ en la revista Amazing Stories que publicaba Hugo
Gernsback.
Pero si decidimos viajar
en al pasado y rastrear los primeros gérmenes de esta literatura de
especulación científica hallaremos precursores de este subgénero tan peculiar.
En el siglo II Luciano de Samosata (Samosata, Siria, 125/181 d.C.) escribió un
cuento titulado Historia verdadera en el que se detalla un disparatado viaje a
la luna de un modo irónico y desenfadado pero que ya asienta lo que llegaría a
ser una constante en la literatura fantástica: la preocupación por el mundo
extraterrestre, los viajes estelares y descripciones de, en este caso, los
selenitas y sus costumbres. Otro autor, abuelo de la CIFI, es Cyrano de
Bergerac (París, 1619/Sannois, 1655) que en el siglo XVII firmó un extraño
libro titulado L´autre monde (El otro mundo) en el que nos narra un viaje a la Luna
y otro al Sol. En definitiva, y a pesar de su evidente intención de mostrar su
filosofía materialista y hacer una crítica de su sociedad, no deja de ser un
antecedente claro de la literatura de viajes espaciales.
La crítica, con respecto
a las dos obras anteriores, se muestra dividida. Si bien a la luz de algunas
teorías que consideran la CIFI como una literatura de anticipación con
elementos principalmente científicos y plausibles, estos textos faltos de
rigidez estarían fuera del espectro de la vertiente más pura del género. No
obstante, sí que aplicando el término en un sentido más amplio y recogiendo
todo aquel trabajo literario que contemple una ficción fantástica en la que
otros mundos y seres son descritos o propuestos, estos proto-autores, junto a
otros como Mary Shelley, podrían ser incluidos en la nómina de ´Maestros del
género´.
Ya en el siglo XX la
naturaleza dúctil del género en particular, y de la propia literatura en
general, abrirá el camino a diferentes y variadas ramificaciones de otros subgéneros,
tales como el steam-punk, cyberpunk o el diésel-punk, imposibles de abarcar en
este artículo. Aparecerán los más dispares relatos fantásticos, la fantasía
épica o de aventuras de toda índole que entremezclan elementos, técnicas
narrativas o argumentos que difícilmente seríamos capaces de clasificar de un
modo satisfactorio. Autores de prestigio como el soviético Zamiatin, los
británicos George Orwell o Aldous Huxley, que se valieron de los mecanismos de
la CIFI para dibujar un futuro regido por un racionalismo feroz; o escritores
del mundo hispano como Bioy Casares que, en La invención de Morel narraba una
historia de amor imposible aderezada con una tecnología fantástica, encumbraron
la CIFI y le dieron el estatus de literatura de calidad. Otros autores
propiamente de CIFI como Ray Bradbury, Philip K, Dick, Asimov o el gran
Stanislaw Lem alcanzarían las cotas más vertiginosas de la literatura de CIFI,
establecerían sus bases y asentarían los cánones de una literatura de Ciencia
Ficción que todos conocemos hoy día.
En los años 70, debido a
los avances de la época (el hombre pisa la Luna en el 69) o al éxito de
películas como Star Trek o Star Wars, el género experimentaría un auge nunca
antes visto. No solo en el más influyente mundo anglosajón. También en la
entonces llamada URSS, en Japón o en España. En nuestro país el género se hace
notar. Aparecen fanzines como Nueva Dimensión y autores de la talla de Domingo
Santos, padre español de la CIFI y promotor de variados proyectos editoriales y
literarios de ciencia ficción. Entre estos proyectos se hallan varias
antologías de autores españoles, hoy día, tristemente olvidados, como Sebastián
Martínez o Ángel Torres Quesada cuyos relatos y novelas son pequeñas joyas y
paradigmas de una literatura que se ha desarrollado al margen del stablishment.
De hecho, no conozco autor de ciencia ficción que se halla alzado con el
Cervantes, el Nobel (a excepción de Doris Lessing, quien firmó al menos una
novela de este género) o el Goncourt. Bien es cierto que hay premios
específicos para obras de CIFI, terror o fantasía, pero no encuentro razones
para que autores como Ray Bradbury o Stanislaw Lem no hayan recibido un
reconocimiento internacional más allá del género en el que se inscriben de
forma reduccionista sus complejos artefactos literarios.
Al comienzo de este
artículo señalábamos que la ciencia ficción oscila en el pendular imprevisible
de la historia de la literatura. Y hoy día se aprecia un ligero repunte en el
interés del gran público por el consumo de historias de CIFI. Uno de los
indicadores de este ´germinar´ se encuentra en las salas de cine y en la masiva
producción de filmes que proliferan, tanto de gran calidad, como de marcado
sesgo comercial y destinados a un público juvenil y de exigencia cuestionable
Futuristas entregas
(muchas veces, precuelas) que recuperan las antiguas sagas de Star Trek o
viejos títulos como la reciente revisión de Robocop; nuevas distopías cargadas
de efectos especiales y protagonizadas por estrellas de Hollywood; subgéneros
como la zombimanía que se entremezclan con la más pura fantasía futurista en
apocalípticos escenarios de contaminaciones a escala mundial (recientemente
Guerra Mundial Z o la ya clásica y tan revisada El último hombre vivo que tuvo
su último remake en Soy leyenda, retomando el título original del prolífico
Matheson). En definitiva, trazas del creciente interés por la ciencia ficción
que está mostrando el público, un interés que de algún modo tiene su
repercusión en el ámbito literario en un proceso de simbiosis en el que cine,
literatura y videojuegos se retroalimentan a gran velocidad.
A esto hay que añadir el
crepitar que se siente en los sellos editoriales: algunos como Dolmen que
mantiene una línea en exclusiva para el cosmos de los zombies, y otras empresas
más recientes como la nueva Oz Editorial, los sellos Omicron de Roca, Fantascy
de Random House o Ediciones Irreverentes que se arriesga con la línea 2099 en
un vigoroso intento de rescatar el espíritu pulp del pasado siglo así como el
de las míticas revistas españolas pioneras, Nueva Dimensión, o la más reciente
Scifiword.
La ciencia ficción ensancha cada vez
más sus redes y se extiende por los meandros de la cultura, siempre porosa,
hasta llegar a ser un elemento más de nuestro variopinto paisaje natural. Es
mucho más que un género; es una filosofía puramente estética, que en cine y
literatura ha sabido canalizar su espíritu visionario y especulativo. Una forma
de entender y transformar la ficción, una manifestación de las inquietudes y
preocupaciones humanas. Preocupaciones por el tiempo, por esos remotos limbos
que son el futuro y el espacio exterior con todo lo que en ellos atisbamos:
fantasías científicas, mundos alienígenas, viajes a épocas venideras o
universos paralelos de los que la física cuántica ya parece hacerse eco hace
tiempo y catalogar en su inventario de materias científicas.
En definitiva, la CIFI no
es otra cosa que nuestra más sofisticada preocupación del hombre por el
porvenir, una especulación filosófica y existencial que a través de un
tratamiento estético, imaginativo y cultural ha cobrado la forma con la que hoy
la conocemos. Y es que como afirmó Einstein al respecto de la investigación
científica, «la imaginación es más importante que el conocimiento». Y no cabe
duda de que la literatura de anticipación ha dado buenas pruebas de ello.
Es por lo tanto el
escritor de este tipo de fantasmagorías un pensador, un filósofo que intuye
fantasías e imágenes plausibles, que nos coloca frente al espejo tembloroso de
lo desconocido, de lo que podría ocurrir (distopía), de lo que pudiera haber
sido (ucronía) o simplemente que fabula sin otro propósito que el meramente
estético pero que, no obstante, nos revela qué de extrañamiento hay en nosotros
mismos en relación con el insólito mundo que nos envuelve. La literatura de
ciencia ficción no es un subproducto que se ocupa de desentrañar entelequias
infantiles del espacio exterior. Es una fuerza natural del más profundo
pensamiento humano, que está en el imaginario colectivo de todos nosotros y,
que al parecer, está más viva que nunca
Artículo de Pedro Pujante, publicado
originalmente en La opinión de Murcia http://www.laopiniondemurcia.es/cultura-sociedad/2014/03/03/filosofos-fantasias/540384.html