Para leer Ander, de Abel Bri http://www.edicionesirreverentes.com/2099/Ander.html
viernes, 23 de mayo de 2014
Carpaccio, relato de Abel Bri
Alma de neón, relato de Pedro Pujante
Suelo llegar a primera hora. Las chicas esperan siempre con una hermosa sonrisa comercial y con las piernas abiertas señalando la dirección exacta al paraíso. Las prostitutas humanas son imperfectas pero las prefiero. Las rameras androides, en cambio, son mejores en la cama aunque el olor a hierro caliente y su voz metálica como de portero automático son repugnantes. Hoy pagaré un poco más. Deseo oler el sudor, acariciar la piel, la enfermedad. Quiero sentir la piel y el coño. Además, dejaré propina. Las compenso. Sé que es duro para ellas tener que hacérselo con un maldito robot como yo.
El absurdo fin de la realidad, de Pedro Pujante, en http://www.edicionesirreverentes.com/2099/PedroPujante.html
Para leer más textos de Pedro Pujante http://pedropujante.blogspot.com/
jueves, 22 de mayo de 2014
Relato de Félix Díaz: Encuentros en la tercera fase

Ambos se acercaron a la nave espacial.
Se abrió una puerta circular, parecida a un esfínter. Dentro, sólo se veía oscuridad.
Se iluminó el interior. Brotó una rampa que llegó hasta la verde hierba. Salieron dos alienígenas. No llevaban cascos. Se quedaron mirando a los terrestres.
—¡Terrícolas! —dijo uno de ellos—. ¡Nos sentimos complacidos al ver gente como nosotros en este planeta.
—¡Yo también me alegro de conocerlos! —respondió Arnold.
—Disculpe, criatura —replicó el ET—. Yo le hablaba al otro ser.
Sólo entonces, Arnold cayó en la cuenta de que los extraterrestres andaban a cuatro patas, estaban recubiertos de pelo y tenían un hocico prominente.
Igual que Senior, su perro.
Para leer su novela cifi TITANES, entra en http://www.edicionesirreverentes.com/2099/TITANES.html
miércoles, 21 de mayo de 2014
viernes, 16 de mayo de 2014
el último Borbón, antología de Ediciones Irreverentes. ¿Qué pasara con los borbones en el futuro? Aquí algunas respuestas
Ediciones Irreverentes invitó a destacados autores de ciencia ficción y a
otros más dados a la sátira, a imaginar que el actual rey de España, Juan
Carlos de Borbón, es el último Borbón de la historia de España. En estas
páginas están las consecuencias.
En esta antología de ucronías se especula sobre realidades alternativas ficticias, desde la familia de Aznar convertida en familia real, hasta la recuperación en un futuro lejano del cerebro del monarca, crionizado siglos atrás, pasando por una trama paralela del Golpe de Estado del 23-F o un tiempo futuro en que España estará colonizada por Alemania, entre otros futuros posibles.
Como afirma Peña en el prólogo, se medita, con más información y reflexión que respeto, sobre esos Borbones de "caras tan poco agraciadas; con su querencia desenfrenada a la caza de todo lo que se moviese; con su derecho de pernada sobre toda dama, damisela, moza o mozuela que se le pusiese por delante; con su manía de meterse en todo lo que, políticamente, podían hacer mejor otros". Y de esa meditación han salido relatos tan deliciosos como un café caliente tomado sobre las ruinas del Apocalipsis.
Los valientes autores que se han atrevido con el tema son Félix Díaz, Nelson Verástegui, David J.Skinner, Teresa Domingo Catalá, Francisco José Segovia Ramos, Raymond Mora Espinosa, Pedro Pujante, Francisco J. Peña Rodríguez y Miguel Ángel de Rus, los dos últimos, además, editores literarios de este arriesgado libro.
En esta antología de ucronías se especula sobre realidades alternativas ficticias, desde la familia de Aznar convertida en familia real, hasta la recuperación en un futuro lejano del cerebro del monarca, crionizado siglos atrás, pasando por una trama paralela del Golpe de Estado del 23-F o un tiempo futuro en que España estará colonizada por Alemania, entre otros futuros posibles.
Como afirma Peña en el prólogo, se medita, con más información y reflexión que respeto, sobre esos Borbones de "caras tan poco agraciadas; con su querencia desenfrenada a la caza de todo lo que se moviese; con su derecho de pernada sobre toda dama, damisela, moza o mozuela que se le pusiese por delante; con su manía de meterse en todo lo que, políticamente, podían hacer mejor otros". Y de esa meditación han salido relatos tan deliciosos como un café caliente tomado sobre las ruinas del Apocalipsis.
Los valientes autores que se han atrevido con el tema son Félix Díaz, Nelson Verástegui, David J.Skinner, Teresa Domingo Catalá, Francisco José Segovia Ramos, Raymond Mora Espinosa, Pedro Pujante, Francisco J. Peña Rodríguez y Miguel Ángel de Rus, los dos últimos, además, editores literarios de este arriesgado libro.
12 euros
• 144 páginas • ISBN: 978-84-16107-04-9
Una antología ácida con los Borbones (Francisco José
Peña)
Todo
comenzó con el pobre Carlos II, a quién un guasón madrileño, como casi siempre,
motejó con el sobrenombre de el Hechizado.
El buen hombre, digno representante de una estirpe endogámica, se fue de este
valle de lágrimas el 1 de noviembre de 1700 con la misma poca importancia con
la que había pasado por el Trono. Y la cosa se lió parda: el zorro viejo que
fue Luis XIV, desde Versalles vio una factible colocación para su nieto Felipe
de Anjou y, hete aquí, se nos vinieron los Borbón Anjou a vivir a España
después de una larga guerra y de una paz, la de Utrecht (1713), en la que
perdimos Menorca y Gibraltar. La primera, como se sabe, es una isla hermosa en
donde si nos da la gana podemos pegarnos un buen baño, conocer gente y bailar
bajo las mezclas de un moderno Dj,
pero con Gibraltar... ¡Ay, Gibraltar!
Como iba reflexionando, los señores
Borbón ¾que no bourbon¾, con aquellas caras tan poco agraciadas; con su
querencia desenfrenada a la caza de todo lo que se moviese; con su derecho de
pernada sobre toda dama, damisela, moza o mozuela que se le pusiese por
delante; con su manía de meterse en todo lo que, políticamente, podían hacer
mejor otros, se nos instalaron aquí y, bueno, así como al principio la cosa iba
bien con la Ilustración y demás ideas afrancesadas del tipo Real Academia de la
Lengua, Real Academia de la Historia; que si el Diccionario, que si la Ortografía…
Pero Felipe V perdió la cabeza y hasta se ubicaba junto a los tapices que
representaban caballos y los galopaba dando saltos, cual chiquillo en edad
menuda, para flipe de sus servidores, que tenían que aguantarle que les lanzara
sus excrementos cuando le venía al monarca en su real gana.
Tuvimos la ocasión de enderezarnos algo con Fernando
VI, pero duró poco y también sufrió de Alzhéimer; le sucedió su hermano, Carlos
III, con una madre malísima en la línea de la madrastra de Blancanieves, pero
tampoco la cosa le fue del todo bien porque la oportunidad que supuso el
gobierno de Esquilache la tiró por la borda. Del hijo y del nieto de este mejor
ni hablar; el Deseado le llamaban a
Fernando VII ¾me parto,
pues no sé por quién, pues hasta los que luego fueron los carlistas no lo
podían ni ver¾. La niña
Isabel II se ocupó mucho más del catre que de España y (seguir leyendo en http://www.edicionesirreverentes.com/2099/Ucronia.html) miércoles, 14 de mayo de 2014
viernes, 9 de mayo de 2014
Diesel Punk, relato de Eduardo Vaquerizo, publicado en la antología 2099-b, de Ediciones Irreverentes
-—Sí,
algo así. Se trata de crear un mundo diferente al actual suponiendo que haya
habido un cambio radical en nuestro pasado, un suceso histórico e incluso un
avance científico tal como un motor movido por diesel. Luego hay que contar una
historia en ese mundo, algo que lo trascienda de algún modo.
-—Lo
de punk lo veo, pero ¿Qué es el diesel?
—-Ah,
eso es lo mejor. Es un líquido que se obtiene del refino del petróleo. Se puede
usar en un motor de combustión interna.
—-Como
propuesta estética lo veo bien, pero ¿qué incómodo, no?
—-Y
peligroso. Es un líquido muy inflamable, el manejo puede ser problemático.
Imagínate un choque de vehículos, sería un desastre.
-—Desde luego. Veo bien esos ejercicios intelectuales, pero como el carbón no hay nada. Anda echa un poco más que llegamos tarde a la tertulia.
-—Desde luego. Veo bien esos ejercicios intelectuales, pero como el carbón no hay nada. Anda echa un poco más que llegamos tarde a la tertulia.
—-Cuidado,
vas demasiado rápido. Las calderas fresnadilla son muy sensibles a las grietas
por calentamiento desigual, se rajan de arriba a abajo. He visto muchas así en
el taller.
—-Bueno,
tu serás ingeniero pero yo llevo toda la vida con los chasis Gomeznarro de
caldera abierta y jamás me ha pasado algo así.
—-Has
tenido suerte.
Los dos amigos se aplicaron a echar carbón de modo
controlado en el horno situado en la panza del vehículo. Un cuarto de hora
después, cuando estuvieron contentos con la presión del vapor, se encaramaron
en la alta estructura y aceleraron hasta incorporarse en el humeante flujo del
tráfico. A esa hora de la tarde, las calles de Madrid estaban saturadas de
modernos vehículos movidos por la energía del vapor, capaces de transportar con
seguridad a sus ocupantes a asombrosas velocidades de más de treinta km/h.
Al comprar 2099-b en este enlace * te regalan otro título
Toda la información sobre 2099-b en http://www.edicionesirreverentes.com/2099/2099B.html
La clepsidra de Neptuno, de Miguel Gómez Yebra. ¿Ciencia ficción? ¿Ucronía? ¿Una comunidad pitagórica relacionada con extraterrestres?
Miguel
Gómez Yebra, Licenciado en Matemáticas y en Filosofía y Ciencias de la
Educación, reside en Alhaurín de la Torre desde el año 2000. Nació en Sarria
(Lugo), pero desde los once años vive en Andalucía, primero en Málaga y
posteriormente en El Puerto de Santa María (Cádiz), donde escribe su novela Más
allá del Ecuador, finalista (1993) en el Premio UPC de Barcelona. También ha
sido finalista en el II Premio de Poesía El Ermitaño (El Puerto de Santa María,
1999), con su libro Álbum de otoño, y en el V Premio de Poesía María Luisa
García Sierra (2003), con el poemario Visiones de crisálida, que se publica en
el año 2006 (Ediciones Dauro). En octubre de 2004 publicó su novela Las
pirámides de Azulia (Editorial Río Henares).
24
euros - 534 páginas - ISBN: 978-84-96115-85-9
Toda
la información sobre el libro en http://www.edicionesirreverentes.com/narrativa/clepsidra.htm
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Por unos Watt de más… relato de Erick Mota de la antología "2099" de Ediciones Irreverentes
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—¡Hey, usted! ¡Su carnet de identidad, por
favor! —la voz del policía, modulada por los altavoces del casco, inundó la
calle— ¡Y el suyo también, ciudadano!
Por un instante todos los
peatones de detuvieron. El suceso duró apenas unos segundos. La llamada estaba
dirigida a dos personas que llevaban una carretilla a toda prisa. Estaban a
punto de desaparecer por una calle poco transitada cuando el policía los llamó.
El hombre alto de la camiseta y el forzudo con la camisa abierta se detuvieron.
Pese a no tratarse de un
policía de la brigada especial, la armadura personal de kevlar, el ancho escudo
transparente y el bastón de estática constituían una amenaza igualmente
aterradora. El policía era considerablemente alto, muy por encima del estándar,
incluso si no hubiera llevado el equipo anti motín habría resultado
impresionante. A paso lento el oficial se acercó a la carretilla.
—¿Qué llevan ahí?
—Nada,
oficial. —dijo el alto—. Solo materiales de construcción.
—Eso, eso —añadió el fuerte
agregando un tic nervioso a sus palabras—. Un poco de polvo de piedra y arena.
Nada más.
—¿Ustedes se creen que yo
soy bobo? —el policía alzó el bastón y tocó el saco con la punta. El sonido
metálico llegó a todos por igual— ¿De cuando acá el polvo de piedra y la arena
suenan así?
Ambos hombres comenzaron a
sudar frío.
Ninguno de los hombres
consideraba al policía una amenaza seria. Ni siquiera el bastón constituía un
problema. En muchas ocasiones habían recibido golpes de estática. El escudo
anti motín o la armadura tampoco era un problema. Aquel hombre uniformado y
cubierto de kevlar no los intimidaba. Pero, desde la esquina, un artefacto
colgado de un viejo poste apuntaba hacia ellos. Su forma era alargada como un
fusil pesado. A su lado, una cámara panorámica escudriñaba la calle mientras
todo el equipo se sacudía y apuntaba.
Un arma-robot.
La verdadera policía en las
calles.
Equipos sin vida. Vigilantes
de las calles y las aceras. Respondiendo solo a la lógica de sus fríos
cerebros. Tenían todo tipo de municiones. Balas ordinarias, plásticas,
perforantes, antiblindados, cañones de gel inmovilizante, espuma, granadas
aturdidoras... de todo. Un verdadero arsenal usado según los designios de una
Inteligencia Artificial patentada en Japón y ensamblada en China. Un policía
incorrupto autorizado a emplear cualquier tipo de fuerza con tal de mantener el
orden. La solución de la República Popular China contra la corrupción policial.
Los famosos Guardianes de Beijing ya estaban en la Habana.
Y estaban todas locas.
Lo mismo les daba por
tirarle a todos los frikis que la cogían con los grupos de personas a partir de
determinado número primo. Disparaban a los negros y a los de pelo largo por
igual. Unas veces les atraían las lentejuelas, otras las parejas o los tríos.
Incluso le disparaban a los propios policías. Imprimían en sus registros la
palabra “Corrupción”. Si el oficial sobrevivía al ataque quedaba fuera del
servicio deshonrosamente.
Todos temían a los Tiradores
Eléctricos.
La mayoría transitaba por
calles vecinales donde no los habían instalado. O en las horas picos cuando las
multitudes les impedían disparar. Un protocolo anti manifestaciones les impedía
a sus retorcidos cerebros digitales disparar a mucha gente junta. “Cosa de las
naciones unidas y los derechos humanos”,
La presencia de aquel
Tirador Eléctrico era lo que ponía nerviosos a aquellos hombres, acostumbrados
a lidiar con la infantería policial. Hábiles como eran en quitar bastones o
encontrar con un punzón las fisuras en las corazas. Pero incapaces de luchar
contra el francotirador mecánico en lo alto de un poste.
—Está bien, oficial —dijo el
alto—. Es una balita.
—Repite que no te oí.
—Una balita, un contenedor
de corriente. Pero no pensábamos hacer nada malo con ella.
—¡Por supuesto! —rió el
policía—. No se puede hacer nada peligroso con una balita. O se vende o se usa.
Pero ambas cosas son ilegales.
—Mire, guardia, denos una
oportunidad —interrumpió el fuerte—. Un hermano nuestro tiene a su mamá enferma
y necesita unos watts de más...
—¿De cuanto es?
—350.
—Pues sí ¿a cuánto?
—Cien.
—¡Oye, afloja!
—Mira lo que dice la tapa.
Podía leerse
claramente en alfabeto cirílico: Corporación sleva. 350 kilowatt.
Manténgase alejado del calor y los campos radioeléctricos. El intermediario
mostró dos colmillos de oro en una sonrisa
—¿Ves? Esto es calidad.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Rompiendo el bloqueo,
compañero. De dónde lo saqué no importa. Son 350 kilowatt. ¿Te interesa, sí o
no?
—Claro que me interesa. Esto
en el barrio se vende como pan caliente. A nadie le alcanza para todo el mes la
corriente que dan por la libreta.
*
—Mire, guardia —comenzó a
decir el hombre alto—. Le voy a hablar claro porque hablando los hombres se
entienden. Acá el colega y yo tenemos antecedentes por tráfico ilegal de
corriente eléctrica. Si nos lleva ahora nos va a buscar tremenda complicación.
Posiblemente no podamos ver la calle en un buen tiempo. Nosotros no hemos hecho
nada malo, solo resolverle a la gente... No se lo pido como policía. Se lo digo
de hombre a hombre.
Se hizo un silencio
incómodo.
A unos metros el arma-robot
se sacudió, impaciente.
—Está bien —dijo por fin el
policía—. Pueden irse. Pero la balita se queda aquí.
—Pero, oficial... —comenzó a
decir el forzudo pero su compañero le sacudió el brazo.
—¿Quieres que te cargue con
balita y todo? —continuó el policía— ¡Andando, largo de aquí!
El fuerte comenzó a murmurar
la frase: “¡Qué clase de descaraos son
todos ustedes! Deberían comprar más corriente a los rusos en lugar de tantas
armas robot a los chinos…” Pero el alto tiró de él y ambos se alejaron.
El policía, por su parte, miró hacia atrás para cerciorarse de que el arma
girara hacia otra dirección. Cuando estuvo fuera de su rango de visión guardó
el bastón en su funda y sacó un teléfono celular del bolsillo. Apagó el
circuito interno de comunicaciones y marcó un número.
—Oigo —dijo femenina desde
el otro lado de la línea.
—Katia, soy yo.
— ¡Papi! ¿No estabas
trabajando?
—Sí. ¿Estás en la escuela?
—Acabo de salir de clases, pero
por la tarde tengo turno de Educación Física y un laboratorio.
—¿A qué hora terminas?
—Tarde.
—¿Podrías escaparte un
minuto y venir hasta Infanta y Carlos III? Necesito que lleves una cosa para la
casa.
—¡Papá! Estoy en la escuela…
—La universidad está ahí
mismo, chica. Esto es importante
—¡No es justo!
—Katia, atiéndeme. Tengo 350
kilowatt de corriente en una balita. La acabo de decomisar y el arma robot me
está mirando todo el tiempo. ¿Aún quieres quedarte leyendo hasta tarde?
—Sí. De no ser porque tengo
un padre fascista que corta la corriente de toda la casa a las once de la
noche.
—Lo hago porque no nos
alcanza la que nos dan por la libreta. No podemos usar el soporte vital de tu
abuela y la computadora al mismo tiempo. ¿Quieres más corriente? Ven aquí y
lleva la balita para la casa. Educación física puede esperar.
—¿A quién se la quitaste?
—¿Y eso qué importa?
—A un infeliz de seguro.
¡Abusador como eres!
—¿Tienes idea de cuanto vale
una balita de 350 en la calle? La gente se está haciendo rica con eso. Si no
tuviera el uniforme tendríamos que comprarla en lugar de la comida. ¡Acaba de
venir, niña!
—Si no tuvieras el uniforme
saldrías por quinta avenida con un letrero de “Abajo la Revolución Energética”.
—Y terminaría preso. Déjate
de boberías y ven a recoger esto. Yo no puedo moverme de aquí.
—Voy saliendo —y colgó.
El policía guardó el
teléfono, puso el escudo en el suelo y se estiró. Lentamente sintió como le
traqueaba la columna y la sensación de placer se apoderó de él. Pese al calor
de la armadura, el sol de la calle y el pesado cinturón comenzaba a sentirse
bien. Acababa de resolver 350 kilowatts, sumados a los 300 de la balita de su
casa solo tendría necesidad de buscar 200 kilowatt en la Bolsa Negra. Con 850
kilos podía terminar el mes holgadamente, sin apagar el soporte vital de su
suegra quien, contra todos los estereotipos, lo adoraba. Tampoco tendría que
limitarle el uso de la computadora a Katia. Pensó en su hija, encaprichada en
estudiar una carrera universitaria tan inservible como la Física Nuclear. Ya
los rusos no eran los de antes, pensaba, como en los tiempos de su padre.
Cuando ser un gran físico teórico te volvía importante. Aquello había quedado
atrás con el Muro de Berlín. El viejo Daniel Sotolongo, descubridor del principio físico que hace
funcionar las balitas, solo recibió la Orden José Martí. Después le dieron un
Lada y mucho trabajo en el instituto. “Ese se va a morir solo” —pensó—. “Solo
quiere a su Revolución y a su ciencia. Como no se ponga a botear con el Lada
que le dieron se va a morir de hambre. Pero Katia no será igual. Que estudie
física está bien, eso la hará más inteligente. Pero cuando se gradúe lo mejor
para ella será una corporación.”
—Tengo que comprarle un ipod
—dijo en voz alta mientras pensaba aún en Katia—. Bastante se esfuerza, la
pobre.
miércoles, 7 de mayo de 2014
Un día en la vida del inmortal Mathieu, novela de Mario Martín Gijón, crítica de Francisco Martínez Bouzas
En esta su primera novela, Mario Martín
Gijón se disfraza de amigo del protagonista de esta novela futurista, el
psicólogo Mathieu Beaujour, y usa el artificio de traductor al castellano de
las reflexiones almacenadas en la memoria de su amigo en el año 2070. De este
modo, Mario Martín, autor de destacados y premiados libros de ensayo y del
libro de relatos Inconvenientes del turismo en Praga (2012), se
adentra en la narrativa de ciencia ficción, en esos viajes prospectivos, no a
las lejanías interestelares, sino a esos otros mundos más decisivos para la
humanidad que son, como recuerda el protagonista de la novela, “los que se
realizaron dentro de nosotros mismos” (página 147).
En 1981 Günter Rophol
escribía que la pregunta kantiana ¿qué debo hacer? se halla conectada, más que
nunca, a aquello de lo que soy capaz de hacer. Y en nuestro tiempo el campo del
quehacer humano se ha agrandado de forma tan extraordinaria, gracias a la
tecnociencia, que la aniquilación del planeta, la muerte esencial de la especie homo
sapiens sapiens es un peligro específico de nuestros días. Como lo es la
posibilidad de una perfectibilidad prácticamente inacabable. Porque el ser
humano es en la actualidad una materia prima que posee una plasticidad casi
inagotable. Nuestra especie es para muchos algo que debe de ser modificado y
mejorado. Pero aquello que es maleable es también susceptible de ser
controlado. La mayoría de los defensores de la perfectibilidad humana -los
“nuevos redentores” como los denomina José Sanmartín- ya no razonan como antaño
en términos morales. Al mismo tiempo podemos constatar que han desparecido la
mayoría de los recelos que en los años 70, 80 y 90 generaba el determinismo tecnológico,
expresado de forma elocuente en estas palabras de Steven Levy (Hackers, 1984),
un auténtico anatema contra la tecnología informática: “Los ordenadores se
utilizan mayoritariamente contra las personas en lugar de para las personas. Se
utilizan para controlar a la gente en vez de para liberarla”.
En estas coordenadas se
mueve la ficción de Mario Martín, que, como ya señalé, se sitúa en los albores
del 2070. Su protagonista, el psicólogo Mathieu Beaujour es un verdadero
cyborg, un zomboide o robot humanoide biológico, que pauta su jornada,
desde que se “enciende” a las cinco y media de la mañana, mediante
reflexiones en las que, a modo de diario, recuerda y recapacita sobre la senda
recorrida en la apuesta de la humanidad por la extensión vital indefinida. En
efecto, un sabotaje en Siberia contra las torres computacionales pone en
peligro los avances conseguidos, y ante ese hecho y evidente amenaza, Mathieu
recuerda el arduo camino recorrido por los defensores de la prolongación
indefinida de la vida, que no inmortalidad. Primer paso: creación de entidades
programadas para sobrevivir durante un determinado período de tiempo,
reproducirse y autodestruirse algunos años más tarde. Todo ello, echando mano
de la ingeniería de tejidos, la autoreproducción programada para, en una etapa
posterior, substituir nuestra frágil biología por soportes más sólidos y
fiables. El resultado es una sociedad transhumana que prefiere la
imaginación a la realidad, el abrazo mental al abrazo real, la comida virtual
se impone así mismo sobre la real, la estimulación mutua a través de chats es
más frecuente y deseable que las relaciones sexuales no virtuales.
Como pieza de ciencia
ficción, ésta es una novela prospectiva que ficcionaliza un mundo futuro,
posiblemente realizable, y sobre todo interroga al lector con cuestiones
cruciales. La más transcendente, en mi opinión, es la que se personifica en las
angustias unamunianas -muy oportuna la referencia al Diario íntimo de
Miguel de Unamuno- : el destino del ser humano a desparecer para siempre,
frente al deseo de persistencia innato en neutra especie. Mérito así mismo del
autor al escribir la novela es el hecho de no perderse en demasía en
disquisiciones y descripciones tecnocientíficas, sino ahondar en aquellos interrogantes
sobre el significado en la existencia humana, de esa prolongación vital
indefinida. ¿Cómo afecta a nuestra condición humana la integración en máquinas
inteligentes. Las respuestas o reflexiones del protagonista posibilitan una
lectura de la novela en clave distópica, pero también en clave utópica. ¿Con
mentes conectadas a la Red
no desapareceremos como seres autónomos para convertirnos en simples partes de
un conjunto de nódulos de una supermente? ¿Dónde deja pues un ser humano de ser
humano? Pero al mismo tiempo, como ha ocurrido desde los primeros pasos de la
humanidad, ¿no nos hace humanos el querer superar nuestras fronteras,
sobrepasar los obstáculos que la naturaleza nos ha impuesto, ir más allá de
nuestros límites?
En mi lectura de esta pieza
del subgénero del Biopunk predominan los elementos distópicos. Y en una
valoración de la tecnociencia aplicable a esta extensión vital indefinida,
rechazaría tanto el imperativo tecnológico como el conservacionista y me centraría
en esa vía que articula lo instrumental con lo simbólico; es decir, los
entornos simbólicos tales como la cultura, la ideología, las instituciones, las
tradiciones que rodean a las posibilidades tecnocientíficas, deben ejercer un
papel importante en la evaluación de las mismas. Lo simbólico, aquello que nos
otorga lo que llamamos dignidad humana en tanto que personas, debería ser la
barrera que impida que nos convirtamos en puros medios o instrumentos de los
imperativos tecnocientíficos. Cuando Mathieu Beaujour admira y envidia la
vehemente fisicidad de Natasha con una gotas de sudor recorriendo su
frente o cuando siente nostalgia por los atardeceres rebosantes de aromas y
sonidos, creo que camina, quizás de forma inconsciente, por la senda de la resistencia
a la objetivación y a la mecanización de unos seres humanos a los que los
avances científicos del año 2070
ha privado de corazón.
Registro en el haber de la
novela una excelente literariedad. Mario Martín, atado a la ciencia, pero sin
abusar de su terminología, presenta una historia bien contada, elige una
estructura narrativa sólida y adecuada, persigue la belleza en la narración de
los hechos y reflexiones de su protagonista. Como en cualquier otro género
literario.
Francisco Martínez Bouzas
Originalmente en Brujas y Espirales http://brujulasyespirales.blogspot.com.es/2014/03/un-dia-en-la-vida-del-inmortal-mathieu.html
Ficha del libro en la web de Ediciones Irreverentes y acceso a su compra http://www.edicionesirreverentes.com/2099/INMORTAL_MATHIEU.html
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